Bien es cierto que el deporte
base o de iniciación tiene la finalidad de promocionar el desarrollo integral
de niños y adolescentes a través de la diversión y el juego, sin embargo
también lo es el hecho de que a partir de cierta edad el joven deportista empieza
a vincular la satisfacción de la práctica deportiva con el rendimiento percibido.
Fuente: www.youtube.com
¿Qué es el rendimiento percibido?
Existen muchas causas por las que los jóvenes suelen abandonar el deporte de
competición. La mayoría de las veces la desmotivación está relacionada con el
estilo de comunicación del entrenador, con la presión que pueden ejercer
ciertos padres o madres, o con el bajo rendimiento percibido por parte del
propio deportista. De ahí la importancia que tiene también en el aspecto
psicológico, que el entrenador lleve un registro
de rendimiento para cada deportista, tanto en los entrenos como en
competición, mediante el cual ofrezca un feedback objetivo y sistemático del
rendimiento.
Es frecuente que los deportistas,
y más aún los jóvenes y adolescentes a partir de los 12 ó 13 años, realicen
juicios y valoraciones distorsionadas o poco realistas sobre su propia
actuación en la competición. Tanto si es por exceso como por defecto, estas
valoraciones sobre uno mismo acaban desmotivando al deportista. En el primero
de los casos puede que el deportista se plantee expectativas poco alcanzables o
muy elevadas, con lo cual se frustrará constantemente por no lograr sus
objetivos, “no se permiten fallar”. Por el contrario, si el deportista se
infravalora su foco de atención durante la competición se reducirá a los
errores que comete, y no será consciente de sus buenas actuaciones o no las
valorará lo suficiente, lo que le generará inseguridad y falta de confianza en
sí mismo.
La ansiedad o estrés en una competición
suele ser consecuencia de la propia percepción que tiene el deportista de no
estar preparado o no confiar en su propio rendimiento, de otro modo el
deportista percibirá su nivel de activación como fuerza motivadora positiva
para la competición, y no como un estresor.
La insatisfacción o frustración
que generan los pensamientos o creencias negativas sobre el propio rendimiento,
el elevado coste personal que suponen los entrenamientos y la existencia de
otras alternativas que van surgiendo más atractivas para los adolescentes para
ocupar su tiempo a esas edades acaban con lo que podría haber sido una promesa
deportiva o una carrera profesional en el mundo del deporte. Todos tenemos la
experiencia de conocer chicos y chicas con talento que nunca llegaron a
explotarlo.
¿Por qué un deportista puede
desarrollar “miedo a fallar”? ¿a fallarle a quién? ¿tiene que ver con las
expectativas de padres, madres o entrenadores? ¿cómo influyen las expectativas
en la motivación que se le da al deportista? Existen conductas deportivas “inhibidas o bloqueadas” porque se han
asociado a consecuencias negativas. Se
cree que se obtienen resultados positivos e inmediatos con las pequeñas broncas,
esto es un error muy común. Las broncas,
por llamar de alguna manera a la típica reacción negativa que podemos tener
cuando se da una situación no deseada, dan resultado inmediato sobre aquellas
conductas relacionadas con el esfuerzo físico y cuando lo que se quiere es
elevar el nivel de activación del deportista o su motivación. En cualquier caso
deben emplearse muy dosificadamente para no correr el riesgo de que el
deportista se habitúe y así no tener que recurrir a una gran bronca, cada vez
mayor, con lo que ya no tendría el efecto deseado.
Pero las broncas nunca tienen un
efecto positivo sobre conductas que requieren atención y concentración por su
precisión, como los tiros libres, un penalti, un servicio, o porque estén en
proceso de aprendizaje por lo que el alumno necesita prestar atención
consciente a sus movimientos por no estar aún automatizados. El tales casos la
bronca, o el gesto o mirada de desaprobación suele provocar “miedo a fallar” o
lo que es lo mismo “miedo a la bronca”, debido a que el deportista puede
experimentar un elevado nivel de activación que dificulta la concentración,
aumentando las probabilidades de error o fallo, y asociando la conducta a un
doble castigo, el fallo y la percepción de desaprobación. Lo que ocurre
posteriormente es que el deportista se sobreactiva negativamente de manera
anticipada sólo de pensar que debe realizar la conducta.
El resultado es la inhibición o
bloqueo mental, inseguridad, ansiedad y mala ejecución. Se entiende que son
factores de suficiente peso como para explicar en algunos casos lo que
inexplicablemente ocurre cuando “entrena bien pero luego rinde por debajo de
sus posibilidades”.
¿Cuidamos nuestras expectativas
hacia los resultados? ¿Cómo puede influir en la autoestima? En el deporte se
premian los resultados de manera natural, si marcas un gol, anotas un punto,
metes una canasta, si ganas una competición, un partido… eso ya lleva su premio
para el deportista, entonces ¿corremos riesgos cuando sobrevaloramos el
resultado? ¿es sano que la autoestima del deportista fluctúe positiva o negativamente
en función de los resultados? ¿cómo puedo rendir al máximo si a nivel mental me
pongo límites? ¿pueden los jóvenes generalizar el éxito o fracaso como
deportista al éxito o fracaso como persona? ¿cuántos de vosotros os preparáis
mentalmente para una competición a pesar de saber lo importante que es?